El pueblo de las siete calles.10

       Eran las tres de la madrugada cuando Modesto entró en la delegación de la policía. Al verlo tres oficiales se le abalanzaron encima y lo tiraron contra el suelo boca abajo. Mientras uno le ponía la rodilla en la nuca para inmovilizarlo otro le ponía las esposas. El tercero lo apuntaba con un arma. Lo levantaron y lo llevaron a empujones al cuarto de interrogatorios. Enseguida llamaron al corresponsal del periódico de Siete Calles para informar que le habían arrestado.

      En la mañana el titular del periódico leía: “Arrestan a Modesto Soto por el asesinato del diputado Nuñez.” Emma estrujó con las manos el ejemplar que tenía. — ¿Cómo que lo arrestan? ¡El se entregó, coño!— dijo saliendo de su casa en camino a la delegación. Quería estar segura que sus derechos le fueran respetados. Sabía que Modesto necesitaría un abogado pero ni él ni ella tenían para pagar uno. Tendrían que depender de un abogado defensor de oficio y de su interés por representarle.

—¿Dónde tienen a Modesto Soto?— preguntó Emma al llegar a la delegación.

—En este momento le están interrogando, señorita. Es todo lo que le puedo decir.— contestó el policía de retén.

—El tiene derecho a un abogado, oficial.— alegó ella.

—¿Y es usted abogada?— respondió el policía mirándola de arriba a abajo como a una insignificante cucaracha.

—No, no soy abogada— respondió ella nerviosa—. Yo soy su compañera de lucha y por lo mismo sé que el tiene derecho a que le acompañe un abogado en el interrogatorio. ¡Es ilegal lo que están haciendo!—dijo armándose de valor.

—Hasta donde sé él detenido no ha solicitado uno— dijo el oficial en tono burlón.

—Algo muy mal deben estar haciendo allí adentro que no quieren testigo — terminó Emma casi entre dientes.

      Mientras tanto en la sala de interrogatorios Modesto sufría lo esperado. Según le formulaban una pregunta y él guardaba silencio. El interrogador furioso le pegaban un bofetón que le aflojaba los dientes. Su cara ya estaba desfigurada. Tenía un corte debajo de la ceja izquierda. El ojo estaba cerrado y morado. El labio superior estaba hinchado y un hilo de sangre mezclado con saliva bajaba por la esquina de la boca hasta la camisa. El se mantenía cabizbajo para que no dijeran que les retaba.

—¿Por qué asesinó a Nuñez? ¡Confiese!— le preguntaban una y otra vez sin descanso. —¿Fue usted quien incitó al motín la noche del asesinato? ¿Lo hizo para entretener la policía mientras asesinaba al diputado? Hable y nos vamos todos a dormir, Modesto.

— Este hombre no va a soltar prenda— dijo uno de los policías acercándose al otro.

       Al cabo de varias horas los policías se cansaron y decidieron encerrarlo en una celda por unas horas mientras ellos descansaban y recibían órdenes de sus superiores. El caso era muy importante por tratarse de un magnicidio. Tenían de alguna manera que arrancarle una confesión a Modesto para quedar bien con el pueblo.

       En la casa del diputado se estaban preparando las exequias. Eugenia había sido quien había descubierto el cadáver cuando regresó del hotel al día siguiente de encontrarse con la amante de Atilano y aún estaba descontrolada. El doctor le había dado un calmante para mantenerla serena. Carlos caminaba de un lado para otro nervioso. Incrédulo. La muchacha preparaba la comida preocupada de cuál sería el futuro de su niño ahora sin la ayuda financiera del padre. Dolorita se limaba las uñas indiferente.

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