Inexplicable.16 (Final)

A pesar de que llegó ayuda, las heridas de cuchillo que sufrió Lili casi le habían cercenado una muñeca. La pobre se desangró antes de que llegara la ambulancia.

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Alejandro y su mamá regresaron del cementerio extenuados. La madre estaba desconsolada por la muerte de su única hija. Sentía tanto dolor y culpa. Tanta culpa como entonces, cuando murió su esposo y no creyó lo que ella le había contado.

Alejandro entró al cuarto de su hermana tratando de hallar consuelo entre sus cosas. Sobre la mesita de noche del cuarto, todavía estaba la carta que Lili había escrito antes de salir al encuentro con Antonela. La carta estaba dirigida a él. El sobre tenía su nombre escrito con letras rojas. Su color favorito. Lo tomó en sus manos y lo acercó a su nariz. Olía a Lili. A rosas y almizcle. Lo abrió lentamente y desdobló la hoja que había sido cuidadosamente doblada. Entonces leyó el contenido.

Mi amado Alejandro,

Seguramente si lees esta carta es porque ya no estoy entre ustedes. Decidí terminar con Antonela y con el dolor de no tenerte. Sé que te fuiste de la casa porque no querías estar cerca de mi. Me privaste de tu amor, de tus besos, de tus caricias cuando te alejaste. ¿Es qué hacerme el amor te resultaba tan penoso? Todavía te siento en mi, dentro de mi cada día, como la primera vez cuando cumplí dieciséis años. Ese maravilloso día en el que me descubriste como mujer. Ese grandioso día en el que me desnudaste y me hiciste tuya. Yo sigo siendo tuya, tuya para siempre, mi Alejandro.

Tal vez Antonela te distrajo y te arrancó de mis brazos, pero ella jamás te quiso. Te lo aseguro. Ella está enferma por lo que papá le hizo. Por eso tiene sed de venganza y se ha ensañado con nosotros. Por eso quiere destruir nuestro amor. Si regreso de este encuentro con ella, lucharé por tu cariño. Nadie nos separará jamás. Ni siquiera mamá. Recuerda que yo soy tuya para siempre. Mi cuerpo y mi alma.

Tu mujer. Liliana “

Alejandro se tumbó en la cama llorando lágrimas amargas. Ese amor enfermizo e inexplicable que ambos hermanos habían compartido, en silencio, en la oscuridad, los había sentenciado a una vida en soledad. De nada había servido que él se marchara. Ahora era nada sin Lili.

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Profesor —dijo Etelvina entrando en la oficina del catedrático—, tengo la información que me había pedido sobre la joven estudiante que irrumpió en su oficina.

—¡Ah, que bien! —respondió—. Sí, el asunto de… creo que Liliana es el nombre de la joven. Por fin podré completar el informe que me requirió el decanato.

—Aquí está el registro de ella a la clase de Química 102, con toda su información —dijo la mujer entregando el documento.

—Qué extraño… —dijo el profesor.

—¿Qué pasó? ¿Qué es lo extraño? —preguntó Etelvina, curiosa.

—Cuando ella entró en la oficina, gritaba que por qué le había dado unas fórmulas a una tal Antonela. El nombre de Antonela no me venía a la mente —respondió perturbado.

—Si… ¿Y que pasa? —preguntó Etelvina ahora inquieta.

—Es que aquí en la hoja de registro aparece el nombre de la joven que entró violentamente a esta oficina. Su nombre era Liliana Antonela Valverde.

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