Muerta… de miedo

Imelda bajó las escaleras sigilosa. Escuchó que alguien abrió la puerta de la parte de atrás. Tenía un miedo viceral, de esos que te enredan las tripas y dan ganas de vomitar. Llevaba en sus manos el Colt 45 que su esposo siempre tenía debajo de la almohada. Ningún vecino podía ver que alguien había entrado, pues un solar baldío colindaba con el patio de la casa. No estaba segura que iba a hacer con el arma. No sabía disparar y se sentía incapaz de hacerlo. La sangre le aterraba. Se mareaba de solo olerla. Caliente, viscosa. Pensar que al herir a una persona el flujo encarnado se vertiría a borbotones sobre su alfombra le daba… asco.

Tampoco se atrevía a encender las luces. Si alguien estaba allí, prefería no ver su rostro ni su figura. ¿Sería un hombre joven, de mediana edad, o viejo? ¿Blanco, negro, latino o asiático? Mejor era no saber. ¡Qué falta le hacían los perros!

Desde que murieron su marido y los perros, no había reemplazado ni a uno ni a los otros.

En la oscuridad se movía despacio para no tropezar con nada. Menos con el intruso. La sola idea de chocar con él le hacía temblar. Seguro que entró a robar y no le interesaba hacerle daño. Ahora se arrepentía de haber bajado. Quizás era mejor subir y esconderse. Tal vez el hombre no se había dado cuenta de que estaba allí. Subió la escalera despacio. De repente le asaltó un pensamiento. ¿Y si él había subido antes de que ella decidiera subir? ¿Si ya estaba en las habitaciones? ¿O qué si estaba en su cama? Se paralizó en medio de su ascenso por las escaleras. Prisionera. Eso era. Cautiva del extraño.

¿Y si venía a dañarle? ¿Si era un sádico malvado que le gustaba jugar con sus víctimas? Lo había leído en los periódicos. Algunos de esos enfermos les cortaban la piel, suavecito, mientras se masturbaban. Después, les mordían los pezones hasta arrancarlos de cuajo, entretando las degollaban.

Imelda se desmayó al imaginarse mutilada.

Cuando volvió en sí, se vio a sí misma en la escalera con el Colt 45 descansando en su mano. Literalmente muerta… de miedo.

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