Plutón.5

Adio creció sin sus padres, no volvió a saber de ellos. Fadil y el niño estuvieron escondidos en una caverna al norte de Plutón. Pocas personas iban a esa área del mundo por ser despoblado, frío y carente de vegetación. De hecho, no pudieron teletransportarse hasta allí durante la huída, porque no habían casillas disponibles para ello en aquél desértico lugar. Los dos viajaron en una nave que robaron durante la fuga, la que devolvieron a su dueño usando el piloto automático instalado en ella. Nadie reportó la nave robada a las autoridades del Prefarek, pues suponían que los perseguidos la habían utilizado para escapar. Fieles a sus principios todos callaron. El único contacto que Fadil conservó entre los plutonianos fue Anat, la mujer que siempre estuvo enamorada de él, quien procuraba llevarles alimentos y cuidaba de ellos cuando se enfermaban. Él bien sabía que los demás habitantes eran de fiar, pero no quería comprometerles o ponerles en peligro.

Como luego del arresto de los padres de Adio se detuvieron los artículos en contra del Prefarek y la Asamblea Farekita, pronto desistieron de la búsqueda de Fadil y del niño. De momento estaban seguros. Anat buscó sin descanso información sobre el paradero de Akil y de Neith, pero llegó un momento en que los dio por muertos. Ella añoraba los buenos tiempos en que los cuatro se reunían para comentar las historias de los libros de la madre de Adio y discutir las noticias que ocurrían en las diversas partes del sistema solar, que el padre del niño publicaba en la prensa interplanetaria. Akil nunca pensó que expresar su descontento por el trato que se le daba a Plutón sería la perdición de su familia. Fadil siempre apoyó incondicionalmente a su hermano, por eso se ocupó de proteger a la criatura como si fuera suyo después de su desaparición.

Adio se convirtió en un adolescente rebelde, los genes y su sangre terrícola emergió inevitablemente. La desaparición de sus padres le pareció una afrenta imperdonable, por lo que decidió guiar a su pueblo a la libertad usando los medios que fueran necesarios para lograrlo.

—Adio, no debes guardar tanta rabia en tu corazón —advertía el buen tío.

—Sabes bien que no fui yo quien provocó que este mal cayera sobre nosotros —respondía el jovencito—. Quiero que me regales un computador.

—¿Vas a escribir como tus padres?

—Sí, tío —dijo—, pero también aprenderé otras cosas.

—¿Qué clase de cosas? —preguntó el tío preocupado.

—Debo aprender cómo hacen la guerra los otros mundos, de la misma forma que las hacen ellos.

—No me gusta la violencia, Adio —dijo el tío después de un largo silencio—, pero hagas lo que hagas, te voy a apoyar. Estoy seguro de que tu deseo no nace de la furia, sino de tu sed de justicia —Estaré contigo, hijo mío —aseguró y lo abrazó.

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