En estos momentos, donde el inmigrante es perseguido, creo que este relato que escribí al principio que inicié el blog, es más vigente que nunca.
Héctor nació en la Ceiba, una ciudad portuaria en Honduras,f nombrada así por una enorme ceiba que creció cerca del muelle y que eventualmente se cayó dentro del mar. En este lugar atestado de turistas, las playas privadas sembradas de majestuosos hoteles son prohibidas para los nacionales. Él nunca pudo jugar en la playa o hacer castillos de arena arrullado por la brisa del mar.
Héctor era joven, de aspecto aniñado, muy delgado, con ojos inmensos y expresivos y una sonrisa que le iluminaba el rostro. Sus padres le dejaron a él y a otros seis hermanos al cuidado de su abuela mientras corrían tras el sueño americano. Una vez en los Estados Unidos se envolvieron en sus propios sueños y se olvidaron de sus hijos que soñaban con su regreso o que se los llevaran con ellos. Efso nunca sucedió. La abuela murió y Héctor siendo el mas pequeño…
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Qué triste realidad has contado amiga… Lo tuyo no es un relato, es una crónica de vida…
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Lo es, muy dura nuestra realidad.
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Tienes razón amiga, un abrazo fuerte
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Esta cosas, nunca debiera de pasar.
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No, nunca.
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Tremendo. Un crudo relato de la realidad.
Me encantó el titulo, es más que una metáfora repetitiva y cruda.
Abrazos, Mel.
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Lo vivimos todos los días. Los que mueren en el desierto tratando de cruzar. Los que cruzan pero son arrestados y dejan sus familias acá. Es un desastre, la verdad.
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Sí, también he conocido gente como Héctor (en mis viajes); escuchar lo que viven es estremecedor, y luego caes en la cuenta que sufrimos esta discriminación a otros niveles, seguro que mucho más «sutiles», pero están. Eso me dejó tu relato, el recuerdo de lo sutil en una historia que supera cualquier ficción.
Abrazos!
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Gracias Poli. Es un gusto que hayas pasado por aquí y que te haya gustado mi historia. Un abrazo.
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historias que no deben repetirse y se repiten a diario, demasiado…
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Así es, ciertamente. No deberían repetirse, pero es el pan de cada día.
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