Laura pasa en su auto por la casa del desconocido vecino quien está afuera, listo para subir a su camioneta. Con el rabo del ojo lo observa más de cerca y se da cuenta de su sensual juventud. Él le dice adiós con la mano y sonríe coqueto. Ella no puede evitar voltear y mirarlo unos segundos. Un carro se acerca en la otra dirección y toca la bocina, lo que la devuelve a la realidad. «¿En qué estoy pensando, carajo?», dice en voz alta. Enciende el radio. Están tocando «Y llegaste tú» cantada por Andrés de León y Sin Bandera. Se sumerge en la canción y llora. Se da cuenta de la incongruencia: esta que es ella por fuera, no es la misma que es por dentro. Todavía sueña, palpita, ama, desea. «¿Por qué tenemos que envejecer?», protesta mientras se seca las lágrimas. Piensa en el desconocido, sin nombre. Le parece que es un muchacho cortés pues se molestó en saludar. Todavía tiene su imagen grabada, su mano diciendo adiós, su sonrisa tan mona. Un claxon interno le recuerda que su tiempo ya pasó. Siente la impotencia de los años que pesan sobre ella. Mañana estaré un día más vieja. Un día menos deseable. Meditando estas cosas llega a la oficina.
NUNCA SE ES MAYOR AUNQUE ESTÉS POSTRADO EN UN SILLÓN, Y QUIEN DICE QUE NO PUEDE ESTAR CON ALGUIEN DE SU EDAD
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Qué te puedo decir? Es la historia… 😉
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Me encanta esta historia, Mel. Un abrazo de oso muy fuerte!
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Me alegra mucho que te guste, Belita. Un abrazo de oso para ti también.
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Tienes que seguir con el encuentro, no nos dejes picados…
Abrazos de luz
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Buen relato, me gustó. Un abrazo,
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Pues sigue.
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Biennnnn
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Se nos escapa el tiempo mientras pensamos sentados si ocupamos el lugar que nos pertenece jjj
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Así es…
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