Serena

            Serena llegó a mi vida cuando mi madre murió. Yo era hija única y para mi padre la pérdida de mamá fue muy dura. Intentaba continuar con su vida y asumir sus responsabilidades conmigo, pero le costaba y yo lo notaba a pesar de mis seis años. Comía poco y por las noches parecía un ánima en pena. Luego de enviarme a la cama se sentaba en el sillón del balcón hasta la madrugada a mirar a lo lejos sin hacer nada. No sé que pasaba por su cabeza, pero nunca más he visto a nadie pensar tanto. A veces lo miraba llorar y entonces sí me daba cuenta de que extrañaba mucho a mi madre y sentía mucha pena por él. Otras veces suspiraba —pocas he visto suspirar a un hombre—, y se iba a acostar — solo—, en aquella cama fría y desierta.

            Para entonces corrían los años 60’s y los vecinos colaboraban unos con otros cuando este tipo de cosas sucedían. Doña Alberta, la vecina de al lado, se ofreció enseguida a velar por mi cuando llegara del colegio hasta que papá viniera del trabajo. Él le agradeció y hasta le preguntó cuánto tenía que pagarle, a lo que ella le respondió que no se preocupara de eso, que lo hacía con gusto. Rosita lo habría hecho por mí, dijo y mi padre asintió, agradeciendo de nuevo.

            Serena se hizo mi amiga muy pronto. Jugábamos en la casa del árbol que mi padre construyó cuando yo cumplí cinco años. Recuerdo muy bien ese día de cumpleaños. Mamá tenía un traje de flores con enaguas de crinolina y unos zapatos de tacones blancos. Los dos estaban felices, esperando que los invitados llegaran. Venían mis primos, mis amigos de la escuela, algunos niños del vecindario y muchos adultos amigos de mis padres. Mi madre estuvo cocinando todo el día anterior toda clase de manjares. Mi padre siempre le decía que era muy buena en la cocina. Ella se reía a carcajadas por cualquier cosa. Era aquella risa la que llenaba la casa, la que enamoraba a mi padre y lo enloquecía.

            Llegaron los invitados, entre ellos el jefe de papá con su esposa. Yo estaba jugando con una niña cuando mi padre me preguntó si había visto a mi madre. Le dije que no. Luego me fui corriendo a la casa del árbol y allí me encontré a mi mamá con el jefe de papá. Ella tenía el traje y las enaguas de crinolina arriba y gemía. Pregunté si le dolía algo. Se asustó y confundida me dijo que debíamos salir de la casa. En ese momento vino mi padre. Mi madre, mi padre y el jefe se miraron unos a otros de manera muy extraña. Cuando se fueron todos y me acostaron a dormir, escuché gritos en el cuarto de mis padres. Mamá juraba que papá estaba equivocado de algo que yo no sabía, pero él estaba convencido de que tenía la razón. Desde ese día mi madre dejó de reír a carcajadas.

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            Serena y yo jugábamos a tomar el té. Preparábamos las tazas al estilo inglés y ella le echaba un líquido azul que estaba en un contenedor rotulado «anticongelante», que papá escondía en la casa del árbol. Comíamos galletitas de manteca dulce.

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            Después que mis padres tuvieron la pelea de mi cumpleaños las cosas cambiaron mucho. Por más que mamá se esforzaba en hacer las cosas bien, nada parecía arreglarlas. Sin embargo, él mantuvo la costumbre de prepararle el té antes de dormir y ella apreciaba que él continuara haciéndolo. Unos meses después mi madre empezó a sentirse mal. Se sentía débil y apenas podía levantarse de la cama. Mi padre pidió vacaciones del trabajo para dedicarse a ella y cuidarla. La llevaba al médico, pero no encontraban nada. Le mandaban complejos vitamínicos, pero seguía debilitándose. Empeoraba cada día, hasta que empezó a vomitar y a deshidratarse. Papá la llevó al hospital, pero era muy tarde. Mi mamá murió.

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            Esta tarde le dije a papá que me sentía mal y él me preguntó qué había estado haciendo. Le dije que jugaba con Serena a tomar el té. «¿Quién es Serena?», me preguntó. Le dije que era una amiga que venía a jugar al té conmigo en la casa del árbol. «¡Ay, Dios mío!», dijo angustiado, «¿De dónde sacan el té?». Le expliqué de dónde ella lo sacaba y se volvió como loco. Me tomó en los brazos y corrió al hospital. Le dijo al doctor que había tomado anticongelante.

            El doctor me hizo estudios y descubrió que me estaba envenenando poco a poco. Pensó que mi padre me estaba dando anticongelante, pero le dije que no, que era Serena, mi amiga. Buscaron a Serena por todas partes, pero nadie la encontró. Mientras estaba en el hospital Serena vino a verme. Le dije que la estaban buscando y le pregunté por qué quería envenenarme. Me dijo que ella no quería hacerme daño. Que no sabía qué era aquel líquido azul que estaba en la casa del árbol. Luego se despidió con un beso. Cuando vino el doctor le dije que Serena había venido a verme, pero él dijo que nadie había venido.

            Papá fue arrestado por matar a mi mamá y por tratar de matarme a mí. Yo no lo pude creer. Después lo metieron en la cárcel por muchos años. Ahora más que nunca necesito a Serena. ¿Dónde estará mi amiga?

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14 comentarios en “Serena

  1. Junior dijo:

    Serena quería demostrar que el padre estaba matando a la madre. Por Dios como se me encoje el corazón. Aqui en España matan a muchas mujeres y ahuque ella le engañara no debió de hacerlo. Me gusto mucho leerte. Un gran abrazo.

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