Loba de medianoche

Me abrazo a la almohada sintiendo que mi cuerpo arde sin remedio. Aprieto los muslos esperando alivio, pero no lo hallo. Sudo. Mi torso está húmedo, tanto como mi entrepierna. Gimo sintiendo mi vientre deseoso, ardiente, furioso. Me acaricio toda, despacio, suavemente —y bruscamente—, esperando alguna satisfacción, pero lo que quiero no está aquí. Me repaso una y otra vez hasta que me vence el cansancio y me duermo contrariada, inquieta, insaciable.

Sueño que corro por el bosque en una noche de luna llena. Unos lobos me persiguen y cuando me alcanzan no me devoran. Me observan y se pasean alrededor de mí. Pueden olfatear mi olor a hembra. Más aún, saben que estoy en celo.  Veo que me miran con sus ojos pardos y brillantes y me enseñan sus colmillos afilados. No siento miedo. Se miran entre sí decidiendo quién me va a atacar. Escuchan que jadeo excitada y resuelven atacarme todos a la vez. Se acercan poco a poco. Uno de ellos pone una pata sobre mi costado para mantenerme quieta mientras los otros con sus dientes rompen mis vestidos. Sus lenguas tibias lamen mis pechos hasta sentir mis pezones erectos. Toman turnos para lengüetear mi cuerpo. Siento su saliva caliente entre los dedos de mis pies, por mis piernas, por mi clítoris, por dondequiera que han pasado sus lenguas gozando de la excitación que me causan. Me arrastran hasta las sombras, en donde soy presa de sus deseos.  Y de los míos.

Un lobo sediento aúlla en la distancia. Los demás se detienen. El pelo de sus lomos se encrespa, sus sentidos se agudizan. Los animales no me quieren abandonar, por nada dejarían su caza. Esperan en silencio. Unos pasos seguros se escuchan sobre las hojas secas rompiendo el conticinio. Debo saber quién es cuanto antes. Desde donde está huelo sus hormonas agitadas, recorriéndole el cuerpo y descubro que está tan enardecido como yo. Quiere poseerme. Quiero que me posea. Está dispuesto a enredarse con los demás y ganar. Los pasos se oyen más cerca. Ellos se miran unos a otros. No parecen asustados —al contrario—, los miro envalentonados, dispuestos a pelear hasta la muerte. Están obsesionados y no van a rendirse.

En la oscuridad de la noche su silueta se perfila y un rayo de luna me deja ver sus ojos amarillos. Me hundo en sus profundidades, él en las mías. Siento que me mira por dentro y lo sabe todo. Estoy desnuda ante él y lo quiero. Mi lobo ruge. Se abalanza sobre uno y otro desgajando sus gargantas, despedazándolos sin piedad. La sangre me alcanza, el olor metálico hiede, pero la pruebo y me gusta. La verdad me enloquece. Quiero más. Me levanto, voy hacia el único animal que todavía respira. Lo hace despacio —apenas perceptible—, pero yo lo escucho. Lo miro en su miseria, la vida se le acaba, pero antes yo debo tomar su fluido aún caliente. Me arrodillo y chupo hasta que no le queda ni un hálito de vida. Me quedo sola con mi bestia en las tinieblas. Un dolor indescriptible me sacude las entrañas. Convulso sobre la tierra, me hiero con los cardos y la sangre brota de los pequeños capilares de mi piel. El animal se acuesta a mi lado y clava sus colmillos en mi garganta. Pienso que voy a morir, pero no. Una sensación de sosiego me inunda. Miro mis manos —ahora peludas—, y acaricio a mi lobo en la cara dulcemente.

La luz de la madrugada me anuncia que es un nuevo día. Es hora de despertar. Creo que tenido un orgasmo dormida, me digo satisfecha. Me regodeo entre las sábanas un rato. Todavía falta un poco para que suene la alarma de mi despertador. Suena. Me levanto de mi cama despacio para ir al baño a prepararme para otro día de trabajo. Abro la llave del agua y me lavo la cara. Cuando me miro en el espejo veo a la loba de la medianoche.

fotografía: pixabay.com

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