El traje de novia

Tengo los pies fríos y un hueco en el centro del vientre. Trato de detener con mis manos, el líquido caliente y rojo que sale de la herida a borbotones. Ya me habían dicho que este vestido solo traía mala suerte a quien lo usara, pero yo, ilusa, me reí de las supersticiones. Lo encontré en una tienda de antigüedades, cuya dependienta era una vieja bastante peculiar. Tenía lo que una vez fue cabello,  convertido en ralas hilachas, pintadas de rojo achiote con el crecimiento blanco. Los ojos de un color verde aguado y rasgados que le daban aspecto de comadreja. Sus labios apretados, fingían una dulce sonrisa, ocultando una boca desierta de dientes. Usaba una falda amplia color naranja y una blusa blanca, ancha, de mangas largas, a pesar del calor adentro de la tienda. Estaba al frente cuando entré y no me di cuenta cuando se acercó.

Ella vio que me quedé absorta ante el magnífico traje de novia. El corte, la seda color marfil, el encaje, el bordado de canutillo. Nunca había visto nada más hermoso.

—Es precioso, ¿verdad, mi’jita?—dijo con una voz como si tuviera eco.

Hasta ese momento no me había percatado de su presencia. Volteé a mirarla sobresaltada.

—Sí, es hermoso. ¿Cuál es el precio?

—No lo vendemos—contestó.

—¿Por qué? Es lo más bonito que tiene usted en esta tienda. Cualquier novia desearía llevar este vestido en su matrimonio.

—No, hija—dijo la anciana—. Ninguna mujer que haya usado ese vestido ha sido feliz.

Me llamó la atención la convicción de la mujer y decidí auscultar más en el asunto.

—Perdone que le pregunte, ¿por qué ninguna mujer que haya usado el vestido ha sido feliz?

—¡Ay, ay, ay!—exclamó la vieja mientras se arreglaba las greñas—. Esto se remonta a épocas muy antiguas. Este vestido tiene siglos de existencia y su historia es muy larga.

—Pues yo estoy muy interesada en esa historia, señora, y no tengo ninguna prisa por irme. Si le place buena mujer, puede contarme esa larga historia. No tengo nada que hacer.